Estos son días de torrijas, la tradición es la tradición, pero quién dice que aprovechando el trabajo no se pueda “estirar” el asunto y disfrutarlas unos días más tarde? Bien, la solución: congelarlas, pero cuándo? en qué momento del proceso y qué resultado obtendremos?

Si las congelamos después de freír (que creo que es la forma más segura) se trata de dejarlas enfriar completamente, introducirlas en un recipiente de cristal procurando que no se peguen unas contra otras e introducirlas en el congelador a máxima potencia. Descongelar con los cuidados habituales procurando no acelerar el proceso. Una vez descongeladas se pueden “templar” un momento en el microondas, a temperatura mínima y añadir el azúcar y canela.

Si las congelamos antes de freír no queda otra que congelarlas sumergidas en la leche porque si las sacamos de su baño, en el tiempo que tardan en congelarse el bollo perderá gran parte de la leche que ha absorbido. Aparte de este detalle qué puede pasar? Nada…..que no sepamos de antemano. La congelación por rápida que se produzca  forma hielo y al descongelar el hielo se convertirá en agua y el agua, a la hora de freir…… da problemas. Bien es cierto que se van a escurrir y rebozar en harina y huevo pero en todo caso, si lo hacéis, os recomiendo tener esto muy en cuenta y manteneros a una distancia prudencial de la sartén. Ah! y muy importante, freírlas cuando estéis seguros de que están a temperatura ambiente, porque si siguen muy frías bajarán la temperatura del aceite al introducirlas en la sartén y será un desastre. Para freírlas aquí tenéis la receta.

Solo me queda recordaros que la leche y la mantequilla (más que otros alimentos) cogen enseguida los sabores y olores que las rodean, incluido el característico olor a congelador. Por ello, para guardarlas mejor recurrir a recipientes de cristal o cerámica y desde luego cerrarlas herméticamente.

 

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